19 de septiembre de 2011

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Hace un par de meses la gravedad ayudó a hacer añicos aquella taza azul de Port Aventura, me acompañaba en cada desayuno de mesa redonda antes del instituto. Por aquella época desayunaba e iba a clase, cumplía horarios a rajatabla y ahogaba la frustración y el sin sentido bajo el techo de un pabellón que podría conocerme mejor que yo. Había una porteria que ya no dice nada, en realidad era igual a las mil cuatrocientas restantes que todos hemos visto, pero ésa era especial por el simple hecho de ser tan mía. Tan solo eran tres palos de metal a rayas rojas y blancas, pero para mis ojos era el perfecto escenario para el revés; empezar demostrando que estaba alli y terminar haciendo gritar a la grada, las típicas cosas de las que solo me doy cuenta cuando no tengo nada que demostrar. Recuerdo dar un golpe al larguero cada vez que me plantaba debajo de ella. Solía amontonar ridículos y medallas en la misma esquina y, con el tiempo, supe guardarlos en el mismo saco.

Ahora podría perdonar que destrozaran mi taza favorita. Me gusta, pero creo que todavía no nos une nada. Podría perdonar que me hiciera perder un tren importante, hay cosas a las que vengo acostumbrada de fábrica. Te perdonaré que te lleves mis llaves y tenga que buscarme la vida de 03:00 a 10:00 de la mañana,.. pero no me atreveré a perdonar nada de esto en el momento que me hagas parecer aburrida, negligente o el último mono de la fila.

Nadie muere de envidia, pero puedes seguir intentándolo. No paso limpia al siguiente curso y este año tampoco terminaré la carrera, lo de dentro no da para más.

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