11 de abril de 2011

Volver sola. Venga, di que esperabas que la boca te supiera a esto hace un mes. Tu monotonía ha derribado pilares en su esfuerzo por suicidarse. Dentro de seis meses recordar esto ni siquiera va a ser tan divertido como cuando me obligué a asentir en un portal rico en pérdidas ajenas a todo esto. Eran otros tiempos.

Hoy tampoco han cambiado tantas cosas, soy una frustrada hache muda después de nada que decir. Un animal de Lunes a Domingo, los Jueves empiezo a buscar la forma de convertirme en horizontales torbellinos que logren escabullirse y romper algo al mismo tiempo.

Me quedé con las ganas de enseñarte un anticuadonuevo barco del que evito hablar a la gente. Eché el ancla ante el miedo de que te convirtieras en mar. Se te ve bien en el muelle, desde lejos. No te ves, pero el secreto es que no pareces confundida, ni siquiera te acariciará la cabeza la pregunta de qué te hizo llegar hasta allí. Cualquiera puede tratar de volver a su casilla, pero el modo en que lo hace sólo lo conoce cada uno. Sobre mi mesa, dos cafés se miran con cara rara y se preguntan si, al final, van a quedarse fríos.

Soy la caída de ojos, una oruga en mi edredón, una sonrisa entre los vasos de tubo, un momento de inflexión y un sofá que te parecerá más agradable los viernes que los martes. Perdóname la cara de circunstancia, pero tengo remordimientos que creo que ni siquiera son míos. No preguntes por qué.


Porque es lo último que una hache puede hacer por todo esto sin intercalarse donde no debe, para que me arrepienta mañana; para cubrirme las espaldas si dentro de medio cuento se me hace evidente la estafa que me hizo la normalidad.

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