3 de febrero de 2011

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Tenía su cueva, su tranquila y privada cueva milimétricamente recorrida. Era una encrucijada de todo con grandes dosis de nada. A veces puede ocurrir cualquier cosa pero, por alguna razón, le costaba creerlo los domingos.

Últimamente le costaba crear su cadena de argumentos, cayó por las escaleras, perdió sus mejores eslabones y cubrió su espalda subiendo peldaños torpemente. Los martes y jueves pasaron a ser viernes y un domingo, líneas a cortar y una fotografía entre los libros.

En la fotografía sonríe la chica favorita de Madrid, las miradas la siguen desde lejos. Nadie lo sabe, pero hace tiempo que no le roban un par de líneas. Hojas en blanco que de mayor quieren ser mudas. Era como dormir sobre un colchón muy antiguo, cada día lo llevaba un poco peor, pero siempre se acababa acostumbrando, o eso se hacía creer.


Olían a tabaco, todo el mundo sabía que aquella canción hablaba de sexo y, pese a la frustración del narrador, nadie quiso besarse.

1 comentario:

m dijo...

¿un colchón viejo con muchas historias de sexo de otros, y sus historias?


me abusta mucho este texto.