10 de noviembre de 2010

IV

David continúa contándome sus andaduras por el mundo, el kilometraje de sus amoríos y el peso de las oportunidades que no llegaron a más. Es extraño, desprende una especie de frustración serena que, lejos de quitarle el sueño, suena a una mezcla de acordes resignados acompañados de sutiles punteos en forma de esperanza. La vida a menudo se me parece a los cuadernillos RUBIO que hacía de pequeña. Cada día me es un poco más evidente que las cosas no consisten en que todo salga bien o tal cual lo habías planeado, puede que lo que realmente valga sea saber adaptarse a los bocetos que te dibujan y, sin duda, añadirle matices en esa búsqueda de nosotros mismos y nuestro lugar, hasta que un día, te divides entre el tiempo y te sorprendes de cuánto ha cambiado esa otra que te mira desde el espejo.


Bajamos en Atocha, me aturden la cantidad de metros que quedan por encima de mi cabeza antes de que mis ojos alcancen el techo gris ceniza, cogemos el cercanías con dirección Sol, conforme voy saliendo del túnel de metro noto el abrazo del frío, en un principio disimulado, una vez fuera guardo mis manos en los bolsillos y echo a andar. Por el camino David me cuenta que lleva 4 años viviendo en el mismo piso, lo comparte con 3 personas más, dos chicas y un chico. Asegura que no hay problema en que me quede allí el tiempo que necesite, pero no me tranquiliza. Si la situación no fuera tal como es; si tuviera otro cabo ardiendo al que agarrarme y, sobretodo, si no me hubiera prometido averiguar por ensayo/error la ambigua existencia del destino, David y yo nos habríamos despedido en la boca de metro.


Subimos por la calle Carretas y llegamos a su edificio, un tercer piso. Abre la puerta, calculo unas cuatro personas en el salón, juegan a las cartas sentadas en un sofá granate en forma de L. No me gustan demasiado los juegos de cartas. Odio el baile de faroles y me incomoda la agresiva y, a su vez, sutil estrategia de manejarme entre ases. Aún así, no puedo (ni quiero dejar de) disfrutar ganando equis partidas entre tantas, regodearme para mis adentros de la buena jugada, saborearla y en la siguiente ronda volver (a volver)a perder, adaptarse, levantarse, aprender.. por ese orden, aunque las cartas vayan al piso y, desde el primer punto, hayamos dejado de hablar de un juego de azar, de casualidades estrelladas, de oportunidades perdidas..

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