12 de octubre de 2010

III

Al tiempo llegamos a Valladolid, parada estratégica. Bajo y me siento en el bordillo de la acera. Ni siquiera recuerdo qué he podido meter en el bolsillo de la guitarra, rebusco entre recibos y mi mano no encuentra nada más que un mechero sin nada que encender. Entro en la típica tienda de gasolinera y me pongo en la cola, tres estanterías a la derecha veo una cara extrañamente familiar que me mira, se acerca sonriendo – A tí si que no esperaba verte por aquí- dice. En décimas de segundo consigo reaccionar, es David, no lo veía desde aquel día que vino a la universidad para despedirse, se iba a Madrid a probar suerte. Tan sólo estuvo con nosotros el primer año de carrera, le costaba aparecer por la facultad y, cuando pasaba, era fácil encontrarle en las escaleras riendo. Nos llevábamos genial, a él le encantaba actuar y la música, de hecho, fue quien me enseñó el primer par de acordes.

Aún no se si ha encontrado lo que iba buscando, sea como sea, hoy cogemos el autobús con la misma dirección, Madrid. Por el camino me cuenta que ha estado en una academia de actores, participa en algo de cine independiente y recorre las calles en busca de encontrar esa suerte en cualquier casting. Me pregunta para qué voy a Madrid, si tengo planes esa noche, dónde duermo... –Frena- le digo, intentando salir ilesa de esa ola de preguntas. Con la cabeza entre mis rodillas le comento que me estoy tomando un año sabático; que exactamente no se por qué, entre todas, he escogido Madrid y que por supuesto no tengo plan ni reserva en algún lado dónde quedarme, por lo menos, esta noche. Se ríe, no habla, pero acaba de prometerme la mejor entrada al año del limbo y lo surreal.

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