16 de junio de 2012

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Inventó un arquitecto que alzara cuatro paredes y terminó pintando el edificio entero. Casi al terminar se le desplomó en su nariz antes de decorar el tercer piso. El techo crujía y temblaban los tabiques, improvisó una estructura de consistencia y no tuvo tiempo de frustrarse por la ausencia de una escalera de emergencia. Me contaron las malas lenguas que antes de todo esto solo pensaba en ellas como medio de ascender. ¿A dónde? Yo tampoco lo sé.

Le fatigaba el polvo, lo asfixió. Daba pena ver rotas todas aquellas grandes ventanas orientadas al lila; aquella caída en forma de dominó, esas ganas, aquel estruendo chillando todo sin decirme nada, tapándose la boca con cemento y su olvidadizo dedo acusador.

Cuando sonaron las bocinas ya habían muerto tres gatos y los famélicos cuatro poetas del barrio. Acordó con una horda de barrenderos esquizofrénicos que limpiaran toda aquella sangre, todo aquel desconcierto. Plantó músicos en las farolas que terminaran de fusilar al silencio(...) Árboles al sur de la península que le dieran el oxígeno que no pudo encontrar en aquellos días.

Aún a día de hoy no he podido agradecerle que me regalara aquel fantástico espejo.

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