10 de junio de 2011

El gran des-acierto del segundo cuatrimestre.

Ahora podrá no tener mucho sentido, pero los perros han ido dejando extrañas pistas por el camino. El primero, en el aeropuerto de una ciudad de Polonia a la que no me he presentado; me olisquea y ronda pretendiendo encontrar la magia que he dejado en casa. He decidido traer pocas cosas.

Para empezar, reencuentros con sol, muchísimo sol, castillos con leyendas de dragones, calles que invitan a perderse y gente perdiéndose. Olor a kebab en cada esquina, cervezas con grados por encima de mi media, plazas y lagos. Cracovia es una ciudad a la que me gustaría parecerme, el porqué son las sorpresas. El final, una especie de carnaval universitario del que se sale a gatas para terminar la maleta.


A mitad de camino espera Estambul, en su preciso tono turquesa,sus cachimbas humeantes, la  Mezquita Azul y Sofía asomándose en cada oportunidad que tienen. No creo que nadie se haya quejado todavía. Me huele a dulce, a cuero y a antiguo. Me sabe a tradición, a pollo con arroz y berenjena. Se siente como los adoquines bajo unas suelas que siempre tratan dar de más, y lo consiguen.


¿Por lo demás? A marchas rápidas sería como hacerse un puzzle y dormir sobre cuatro ruedas. BudaDanubioPest. Turismo nocturno en Bucarest. Dormir 20 horas seguidas en un tren. Visados. Bulgaria. Nestea de frutas del bosque. Macedonia, de cabo a rabo, por Skopje, el tabaco del mercado, el camino al lago y el puente milagroso que nos quiso acoger aquella mañana. Los siempre inoportunos revisores de tren. La costa de Montenegro. Dormirse al tiempo que das el pasaporte a un policía servio. Ciudadela de Kalemegdan y esa cafetería de Belgrado a la que me alegraré de no regresar. Acabar de leer un libro justo cuando frena el penúltimo tren. Milagros en Timisoara en forma de 74 Leys. Cluj Napoca, su habitación de hostal para mi sola y de desayuno, una mañana como guinda del pastel.


El último día es casi, casi un desdibujado hoy. Vuelve a rondarme un perro de patas paticortas que no me deja invitarle a una cerveza. Tampoco iba a correr tras él. Me deja con el culo de la segunda botella, recordando al gran tumulto de turistas en la entrada de aquel castillo que, espero, tampoco fuera para tanto.

Café de máquina para el final de un largo paseo, diría que el más importante que he hecho. Lo mejor de los viajes es esa extraña sensación de regresar distinta.



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