2 de marzo de 2011

No es que piense menos en ellas, es que los días se hacen más cortos y no caigo en la tentación de salirme de la fila.
No es que me importe menos, ni que no me apetezca, es quedar satisfecha con la idea potencial de verme allí. De que mis pies no se vean ridículos traspasando una línea que nadie sabe quién ha pintado.

Es el quiero y no puedo, los destellos de impaciencia, la pescadilla que se muerde la cola o la canción de un miércoles por la tarde.

Es sentir ganar a pulso un punto final por cada oportunidad malograda, hábitos que la memoria decide no ignorar. Es seguir sin traspasar una línea que nadie sabe qué significa, pero que des las vueltas que des seguirá estando ahí pensando en si algún día te decides a cruzarla.