17 de septiembre de 2010

I

Son las 13:15 del día que marca el término de este verano y de mi mediocre vida en un pueblo de Cantabria, del comienzo de ese año sabático que llevo necesitando casi, casi, desde que terminó el segundo año de Filosofía. Después de tres meses me queda irónicamente lejano recordarme dentro de ese edificio de una facultad que, a lo largo de cuatro años, me ha abastecido de cafés y cigarros mañaneros en buena compañía, libros de los que no me quiero separar, risas envueltas en humo y raciones de cal y arena como para levantar un muro. Reconozco que ha sido curioso sorprender a este intento de ser pensante animando a sus propias ganas de seguir en píe, pese a que al final no lo consiguiera.

Hoy me voy sin la idea clara de volver, con un paquete de tabaco, un mechero al que apenas le queda gas, un par de mudas, los restos de mi antiguo salario y una guitarra a la espalda. Me miro al espejo y me sonrío, como casi siempre que doy un paso a nosesabedónde. Miro las paredes, paso la mano por el sofá, apago el cigarro en el cenicero y cierro la puerta.

Por el camino hacia la estación de bus no me abandona la incredulidad, mi propia imperceptible voz se repite que lo estoy haciendo, a pesar de que a cada paso me lo crea un poco menos resulta intrigante pensar que este es uno de esos típicos paseos que le cambian la vida a cualquiera y que, tan solo hoy, podrás pasear en él. Aumento el ritmo, no soy capaz de concluir cuanto tiempo llevo pensando en este salto al vacío. Quiero llegar pronto aunque nadie me espere, pero me paro enfrente de esa vieja tienda de instrumentos que hace esquina, está cerrada, como siempre, es entonces cuando la miro por última vez. A simple vista podría ser como las demás, ni siquiera se cómo suena y mucho menos lo lejos que estoy de ella. Se trata de una Gibson marrón y beis, preciosa. Quién sabe, quizás algún día volvamos a vernos.


Antes su pelo suelto y yo solíamos pasearnos por aquí, siempre esa tienda de instrumentos fue parada obligatoria. Bromeábamos tanto con la idea de que, cualquier día, se vendría con nosotras a casa que di por hecho que sería así. Nunca pasó, como tantas otras cosas que también dimos por seguras.

Llego a la estación con lo puesto, sin dirección y con el estructurado plan de dejar que las cosas, simplemente, sucedan. Miro horarios, ciudades,.. me hago un lío, lo paro, salgo y enciendo un cigarro. Si, lo se, debería haber atado un par de cabos antes de llegar al punto de estar aquí sentada sin idea de en qué otro lugar podría estar más cómoda.

4 de septiembre de 2010

24h:




Una flauta travesera.
10€, verde, fuego y papel.
Un tú sin ti.
El extraño retroceso al mundo del nunca jamás.
Una guitarra.
"Como una tortuga con prisa"
"Si,si, si"
10 de la mañana.
"Te llamo luego". "Llámame luego".
Moviles que se ahogan; móviles que enmudecen.
Finalizar el verano dejando el mañana pendiente como frustrante modo de vida.